domingo, 11 de octubre de 2015

La soberbia del martillo.

En la antigüedad el herrero era uno de los oficios mas valorados. La gran mayoría de los pobladores dependían de él; el leñador para el afilado de su hacha, el agricultor para mantener siempre su hoz funcionando, el comandante del ejercito para que fabricara todas las cosas necesarias para la milicia, y hasta a veces formaba parte de los círculos mas cercanos al rey para el desarrollo de las armas o elementos mas secretos.

Hoy en día este gran oficio quedo solo relegado a unos pocos artesanos. Pero hoy no tengo la intención de hablar de la historia de los herreros, sino solo una breve historia sobre un martillo.
En el tiempo que el herrero era muy requerido por casi todos los pobladores, sus principales herramientas eran: la fragua, la bigornia y el martillo, pero el mas visible siempre era el martillo, porque era la herramienta que mas permanecía en sus manos.

El martillo admiraba al herrero, elogiaba sus conocimiento del oficio, como de a que temperatura debería de estar la fragua, o cuanto debía de esperar para hacer los templados, o los materiales que debía mezclar para poder darle esas patinas tan hermosas que daban un toque de distinción a sus trabajos. El martillo sentía una enorme alegría, un orgullo sano de estar involucrado en casi todas las creaciones del herrero.

Por mucho tiempo el martillo fue un incondicional con el herrero, cada vez que lo necesitaba, a la hora que fuese, el siempre estaba disponible. Si había que darle forma a una espada el estaba, si había que clavarle la herradura a un caballo el estaba, si había que armar la rueda de un carruaje el estaba, su fidelidad al herrero era algo formidable. Todo era perfecto hasta que se empezó a dar cuenta cuanto dependía de él el herrero; decia para si el martillo: “que sería del leñador si yo no hubiera estado presente al forjar su hacha, o como el labrador sería eficiente si yo no hubiera trabajado en su filo, todos son moldeados por medio de mis golpes, la fuerza del impacto que recibió ese pedazo de metal fue la misma que recibí yo, pero ese pedazo de metal se convirtió en una espada muy usada en la guerra, mientras ella se transformaba de un simple pedazo de metal a una reluciente espada yo permanecí inmóvil a los mismos golpes, firme en la mano del herrero”

El martillo se sentía poderoso al soportar los golpes y ver como permanecía inamovible, Comenzó a ver como todos dependía de su presencia para ser lo que son. Se creía tan necesario que pensaba que el herrero no podría realizar las obras de sus manos si no fuera por medio de él.

Cierto día el herrero se dio cuenta que sus trabajo no estaban saliendo de acuerdo a lo que el quería y se puso a verificar sus herramientas, la fragua solo calentaba el material al punto de poderlo trabajar, la bigornia se encontraba inmóvil como siempre pero con una superficie ideal para trabajar, el martillo parecía estar bien, pero al verlo claramente a la luz del sol, este se había deformado, por cada golpe que el herrero daba, este dejaba su marca, transmitía su deformidad al metal que el herrero estaba trabajando, ¡Ya no servia! No podía realizar el herrero un trabajo excepcional con un martillo deforme, así que fue guardado en un cajón y reemplazado por un nuevo martillo que pudiera realizar a la perfección el trabajo que el herrero deseara.

El martillo anhelaba volver a ser usado por el herrero, se sentía vivo y poderoso cuando el herrero lo tomaba en sus manos, pero este nunca fue desechado, de vez en cuando, en ciertos trabajos, el herrero lo tomaba en sus manos y lo usaba, el se sentía vivo cuando sucedía esto, pero de inmediato la tristeza invadía su corazón cuando el herrero lo volvía a dejar en ese cajón que parecía olvidado.

Fue allí cuando se dio cuenta que solo era una herramienta mas en la mano del herrero; el herrero era el dueño de la obra y esta debía de salir como él quería y no podía permitir que algo dejara marca alguna en su trabajo. Permaneció siempre dentro de la herrería viendo la obra del herrero, viendo como otras herramientas eran usadas con mas frecuencia que él, a veces se sentía desechado, pero siempre reconoció la bondad del herrero al no hacerlo, porque sabia que mientras permanecía en la herrería siempre estaría al lado de la persona que mas admiraba, pero fuera de la herrería era solo un pedazo de metal destinado a corroerse por el tiempo y ser desechado para siempre.



Muchas veces pienso que esto es una realidad en  la vida de muchos hermanos en Cristo. Que en un principio pudieron ver el poder de Dios corriendo a través de su cuerpo pero luego de un tiempo, en algún momento esto se corto. Lo que en un principio los hacia sentir vivos ahora ya no esta mas, saben que no fueron desechados por Dios, porque siguen viendo su providencia divina sobre sus vidas, pero también saben que algo ya no esta como antes.

Con el tiempo, estos hermanos se quieren poner firmes en Dios, por eso vuelven a la oración, al ayuno y a la lectura de la Palabra, comienzan a ver cambios pero no es lo que ellos quieren, ellos anhelan ver, sentir y vivir lo que Vivian antes, por eso oran con mas intensidad, leen con mas entusiasmo y se esfuerzan mucho mas para poder estar como estaban antes; y esto, es la mayor muerta de soberbia y egoísmo que una persona puede tener.

Estos hermanos no buscan a Dios por lo que es Él, lo buscan para sentir lo que sentían antes, su objetivo no es agradar a Dios, su objetivo es poder vivir lo que vivieron en algún momento de sus vidas, su intención no es ser la persona que Dios quieren que sean, su intención es poder volver a vivir las mismas experiencias que vivieron en otro momento.

Una vez escuche a alguien decir: “Que el poder que mas corrompe a una persona es el poder de Dios”, esto es debido a que si la persona no se deja moldear por el Espíritu Santo comienza a gustar de este poder y cuando Dios decide retirarlo vuelve a acercarse a Dios pero ya no con la intención de agradar a Dios, sin con la intención de volver a vivir lo que vivió antes.

Es como la historia del martillo, se sientes útiles y poderosos en las manos de Dios, pero si su corazón no es un corazón conforme a los que Dios desea, no va a hacer otra cosa que dejar sus marcas en la obra y Dios es muy celoso, la obra es solo de Él.

De la misma forma que el herrero no desecho al martillo, así muchos obreros no son desechados, pero ya no ven la mano poderosa de Dios sobre sus vidas, eso se debe a que todos, sin hacer ninguna excepción, tiene que luchar, en mayor o en menor medida con su orgullo al ver la obra de Dios a través de sus vidas. No hay ser humano que no tenga que luchar contra ellos, le sucedió al apóstol Pablo por lo cual Dios le permitió un aguijón en su carne.

Cuando buscas a Dios. ¿Lo haces para sentir lo que sentías antes? O ¿Lo haces que Dios obre a través tuyo como lo hacia antes? Si buscas a Dios solo para vivir experiencias pasadas o ver la mano de Dios moverse de alguna forma en especial sobre tu vida, o lo buscas solo porque queres ser usados por Él; esto, aunque parezcan buenas motivaciones son totalmente erradas, porque lo estas buscando solo por vos, para satisfacer un deseo tuyo, para sentirte valorado o para mostrar a otros cuantas cosas buenas Dios pude hacer a través de tu vida si sos obediente. Pero todas estas motivaciones salen de un corazón corrompido que no busca a Dios por la hermosura de lo que es Él, sino para poder obtener de Dios lo que ellos desean. Este es el motivo por el cual Dios muchas veces deja martillos guardados en los cajones, porque estos se olvidan que solo son herramientas en la mano del herrero y sin darse cuenta comienzan a dejar sus marcas en la obra del herrero. El querer trabajar para Dios es bueno, pero hay que ver que es la motivación que hay detrás de este deseo.

Ese es un tema que conocía a la perfección George Whitefield a tal punto que decía que hasta la mejor oración que pudo elevar a Dios estaba llena de pecado, a causa de la corrupción de nuestro corazón.

“No busque solo hacer la obra de Dios, busca ser la persona que Dios quiere que seas por sobre todas las cosas, que tu corazón no te engañe, no sea que estés consagrando tus propios becerros de oro a Dios”.


Alejandro Tavernise.