“Pero a mi siervo
Caleb, por cuanto hubo en él otro
espíritu, y decidió ir en pos de
mí, yo le meteré en la tierra donde
entró, y su descendencia la tendrá en
posesión.” (Num 14:24)
Siempre me intereso la historia de Caleb, que a la edad de
40 años fue como espía a la tierra prometida, y él junto con Josué fueron los
únicos que creyeron y fueron los que pudieron salvar su vida, a causa de ello
Moisés le prometió a Caleb que la tierra que él piso sería para él (Jos. 14:9) Por
esa razón a la edad de 85 años recibió la herencia que se le había prometido,
el monte de Hebrón. Él tenía un espíritu diferente a los demás, lo tubo cuando
creyó y lo tubo cuando conquistó, sus fuerzas no cambiaron nunca. Las mismas
fuerzas que tubo cuando visito por primera vez la tierra prometida, eran las
mismas que tenía cuando la conquistó, pero eso era solo porque en él la promesa
era mas fuerte que sus músculos, la promesa era mas fuerte que el tiempo, la
promesa que Dios le había entregado era lo mas fuerte que se encontraba en su
vida, la promesa lo mantenía vivo.
Si hace mucho años recibiste una
promesa de Dios, Dios no puede negarse a si mismo (2º Ti 2:13), por eso esa
promesa permanece inmutable, esa promesa es la que te da fuerzas, es la que te
hace diferente a los demás. Caleb triunfo por guardar la promesa que Dios le
había, si hubiese visto la actitud de sus 10 compañeros, y en ese momento
renegara de ellos no habría recibido la promesa, si pensaba en el tiempo que
tardo en llegar la promesa no la recordaría, si se fijaba en la edad que tenia
cuando la promesa llegó no le quedarían fuerzas para luchar, pero estas cosas
son las que no hizo, la promesa era carne en él, la promesa lo mantenía vivo.
La promesa siempre está, solo hay que recordarla, si se ha olvidado, es porque
nosotros olvidamos, Dios no olvida lo que promete.